El cristiano en una sociedad pluralista, con problemas económicos, sociales, etc., se encuentra en situaciones que lo sumen en la perplejidad, ¿debe permanecer a la expectativa? ¿debe actuar?
Hay dos realidades objetivas. Una, la realidad de lo natural y, otra, la realidad de lo sobrenatural. Hay realidades sobrenaturales, objetivas, que solamente percibimos por la fe.
Podemos tener como signos objetivos de lo sobrenatural el milagro, los sacramentos (a través de las Sagradas Escrituras encontramos el agua como señal visible de purificación, hasta llegar al Nuevo Testamento, donde es señal de conversión, de obtención de vida continua). Las reali¬dades naturales son, pues, alcanzadas por la razón y las sobrenaturales son alcanzadas por la fe.
¿ Pero, es posible separar lo natural de lo sobrenatural? ¿ El cristiano con vida sobrenatural, poseedor de la gracia, puede en el terreno de lo na¬tural explotar a sus colaboradores?, ¿puede tener intervenciones políticas deshonestas?
Las realidades totalmente naturales podemos conocerlas por la observa¬ción y la razón. Podemos conocer a un hombre por la observación al verlo, oírlo, tocarlo, siendo este un conocimiento individual concreto, sen¬sorial -no intelectual- de primer grado. Seguidamente podemos abstraer de él algunos elementos: cuánto mide, cuánto pesa, cuántos años tiene, haciendo así una abstracción de segundo grado, o sea una abstracción matemática. Más adelante podemos abstraer la esencia del hombre, en una abstracción llamada de tercer grado.
Tenemos pues tres grados o estamentos para adquirir un conocimiento:
- Observación
- Raciocinio
- Abstracciones universales.
Estas últimas no han de variar aunque los datos obtenidos en las dos primeras etapas de conocimiento sean diferentes. Si varían es porque no eran las verdaderas, o mejor, porque no se había avanzado suficiente¬mente en su búsqueda.
En el caso de la esencia del hombre, abstracción universal y última, no importa que los hombres observados sean jóvenes o viejos, altos o baji¬tos, bellos o feos, amarillos, blancos o negros. Con una abstracción de primer grado llegamos a las leyes científicas, que nos dan las constantes de las realidades observables que se suceden entre los seres y las cuales se consiguen a través de la observación sistemática, que le dará paso a una racionalización lógica, la cual a su vez nos dejará llegar a una gene¬ralización, dándonos así una certidumbre física, la cual no será alterada por cambios individuales. Por consiguiente podemos tener una filosofía inmutable, adaptable a nuestra fe, y de ahí podríamos definir como filosofía cristiana aquella que llega a principios universales que no se oponen a la verdad revelada.
En este campo, pues tenemos comunidad de ideas, con todas las per¬sonas, cristianas o no, que han llegado a nuestra misma filosofía. Al aceptar los principios filosóficos universales, no obtenidos a través de la fe, estamos en un campo de comunión con los no cristianos, materialistas, espiritualistas, ateos (Hegel), panteístas, etc.
Esto es claro: Si hay una realidad natural diferente a la realidad sobre¬natural, el conocimiento alcanzado de ella a través de la observación, racionalización y generalización no es específico de los cristianos, es común a todas las personas, y, por lo tanto, en el terreno de las leyes científicas, por ejemplo, es mucho más fácil la comunidad con una mayor parte de la humanidad.
Las ciencias sociales han dejado de ser especulativas simplemente y comienzan a ser positivas. Han abandonado los universales para volverse inductivas. Están partiendo de una observación sistemática para llegar a una generalización lógica de constantes. Ejemplo:
Un grupo humano en conflicto, con sus variables respectivas (nivel eco-nómico, cultural, etc.) es más unido. Así pues, es como las ciencias sociales han llegado a obtener personería de ciencias positivas. Y siendo una de ellas, teniendo campo de observación y de experimentación, al actuar sobre lo irrefutable de los hechos (sólo un loco puede negarlos) nos abren campo de comunidad y acuerdo con una mayor parte de la huma¬nidad cristiana o no.
Concluyendo, una vez más podemos afirmar que en el conocimiento natural de realidades naturales, los cristianos podemos y tenemos que estar de acuerdo con una inmensa parte de la humanidad.
Hay formas de conocimiento distintas: natural y sobrenatural. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. En los planes de Dios el hom¬bre debe ser sobrenatural y si no lo es porque no tiene la gracia, tiene una vocación sobrenatural. La naturaleza del hombre ha sido elevada a la sobrenatural y por lo tanto el hombre es capaz de actuar sobrena¬turalmente. Lo sobrenatural no está superpuesto al hombre como un som¬brero. Está unido substancialmente a lo natural; la unidad está en el hombre, en Cristo, en Dios. El usar las cosas naturales implica actos sobrenaturales si estarnos elevados a la dignidad de hijos dc Dios. Para el cristiano todo es sobrenatural; al actuar hace actos sobrenaturales, no sobrenaturaliza las cosas.
El cristiano, al tener la gracia, al vivir sobrenaturalmente merece, aunque de acuerdo con sus capacidades y sus oportunidades no llegue a un conocimiento muy perfecto, a una verdad muy sólida. No así el no cris¬tiano, que al no tener la vida sobrenatural, no merece, aunque su cono¬cimiento sea más valedero. El médico no cristiano, por ejemplo, puede ser mejor médico que un médico cristiano. Lo mismo que el filósofo, el químico, el artista.
El integrismo consiste en creer que lo sobrenatural da por sí mayor eficacia que lo natural.
En lo natural lo cristiano, por serlo, no es más eficaz. Por lo tanto, la ciencia, la política, la economía, etc., orientadas, encontradas por los no cristianos pueden ser más eficaces que las halladas por los cristianos.
El hombre es una realidad integrada natural y sobrenaturalmente.
¿ Cómo se distinguen los que actúan sobrenaturalmente?, ¿ los que tienen gracia?, no podríamos juzgar que aquellos que llenan las iglesias, los que van a misa los domingos, comulgan, etc., poseen la gracia. El in¬dicio o señal que da bases para presumir que tienen gracia es el AMOR.
El cristiano ama: ese amor lo distingue, lo caracteriza. Las prácticas exteriores sirven como medio para llegar al amor y deben estar movidas a su vez por el amor. Tales prácticas sin el amor no tienen validez. El no cristiano que ama y está buscando de buena fe, tiene la gracia, está obrando sobrenaturalmente, es hijo de Dios. En cambio el cristiano que Cumple las prácticas externas y no ama, no es cristiano.
El hombre integrado desde el punto de vista materia-espíritu, natural-sobrenatural, debe estar amando.
Así las cosas, ¿qué tiene que ver el cristiano en lo natural? En lo natural, en lo temporal, los cristianos no se diferencian de los demás. Pero tenemos la obligación de diferenciarnos, de ser mejores. Tenemos como imperativo el amor, que si es real debe ser eficaz integralmente, tanto en lo natural corno en lo sobrenatural. Si no somos eficaces, si no damos frutos (por ellos nos conocerán), no estamos amando.
Por consiguiente el compromiso temporal del cristiano es un mandato del amor. Debe encaminarse con eficacia y hacia el hombre integral materia--espíritu, natural-sobrenatural. Lo que diferencia al cristiano en el campo natural es su manera de amar, a la manera de Cristo, impulsado por El.
"Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos." Si el cristiano busca la línea del mayor amor llegará a la mayor eficacia en todos los campos, en el dc los universales, en cl de los positivos, etc.
A través de los niveles ya mencionados estamos de acuerdo con los no cristianos, que no sabemos si lo son o no, lo cual sólo podemos conocerlo si aman, y los cristianos debemos amar hasta tal punto, que seamos cada vez más solidarios con toda la humanidad.