Tenemos que convencernos de que la humanidad no busca el conflicto. Es más, trata de evitarlo hasta donde sea posible. El conflicto es el resultado de una serie muy compleja de factores dentro de los cuales la voluntad de producirlo es quizás el menos influyente. Todos los interesados en buscar las causas del comportamiento humano deben mirar el conflicto como un objeto de estudio más que como una manifestación de moralidad o de inmoralidad.
El doctor Carlos Lleras es una persona inteligente, instruida y, por decir lo menos, civilizada. Por eso busca el diálogo aun con sus mayores adversarios. Él sabe que el diálogo es constructivo y por eso vino a la Universidad. A los estudiantes les gusta escuchar, les gusta también preguntar, en una palabra, les gusta dialogar. El diálogo es una de las actividades principales del estudiante. Debemos dar por seguro que al universitario no le gusta oler formol, ni le gusta echar huevos a sus semejantes, ni gastar su tiempo libre en exponer su seguridad personal a la furia de las bayonetas. Y sin embargo, se produce el conflicto. El con¬flicto que, en sí mismo, ninguna de las dos partes quería ni buscaba. Para explicamos este hecho debemos ver qué corrientes se encontraron y qué representaban estas corrientes entre sí. Independiente de lo que ellas sean en realidad el concepto que una tiene de la otra es para el grupo social respectivo un estereotipo, es decir, una figura simplificada de aquellos rasgos exteriores que más impresionan. Carlos Lleras puede tener las cua-lidades subjetivas y objetivas. No obstante, como todo hombre político, representa un sistema y, como el más característico de los políticos del sistema, personifica una clase que, en este caso, es la minoritaria, privi¬legiada y gobernante.
En teoría, los universitarios deben estudiar, investigar, concurrir a clase y nada más. En un país subdesarrollado, los estudiantes reúnen en sí mis¬mo dos calidades que difícilmente se encuentran juntas en otros grupos de la sociedad: un nivel cultural relativamente alto y una cierta libertad en relación con las estructuras imperantes y con la minoría dirigente. De ahí el papel político que ha jugado la universidad en los países subdes¬arrollados y especialmente en América Latina. No se trata de anatemati¬zar o alabar la intervención política de los universitarios. Debemos com¬probarla como un hecho y explicar las causas. Las dos características an¬teriormente anotadas producen un estado de rebeldía y de inconformismo en una sociedad cuyas estructuras requieren un cambio fundamental. En las democracias más evolucionadas la rebeldía y el inconformismo tienen canales de expresión. La información no es un monopolio, como en los países subdesarrollados, aun cuando en éstos haya una apariencia de liber¬tad de opinión, de expresión y de prensa. Los grupos de presión minori¬tarios han encontrado sistemas menos obvios y más eficaces que la censura y la persecución directa. El bloqueo de la propaganda, de las oportuni¬dades de trabajo y del apoyo financiero producen no sólo la limitación sino la desaparición de toda manifestación de oposición. Cuando los ca¬nales institucionales de expresión están obstruidos y el inconformismo no puede expresarse a pesar de que aumente en su intensidad, esta necesidad de expresión tomará cauces no previstos dentro de las estructuras vigen¬tes. Estos canales son los que suelen llamarse antisociales o patológicos. En el momento en que la posibilidad de usar los canales antisociales de expresión del anticonformismo coincide con la presencia del objeto de éste. se produce un conflicto que necesariamente es calificado como antisocial por el grupo que controla los canales institucionales. La actitud de este grupo dirigente es explicable. Desgraciadamente ha implicado una falta absoluta de autocrítica. Los errores de la clase dirigente por si solos no bastarían para producir un conflicto. La falta de autocrítica estabiliza en el error al que cae en él. Por desgracia, ésta ha sido una de las ca¬racterísticas de la clase dominante en los últimos tiempos; se presenta el fenómeno de la violencia y. antes de estudiarlo, se busca la represión como método exclusivo para tratar el mal. Cuando, después de trece años de sufrir este flagelo, alguien se atreve a hacer un estudio sobre él y a publi¬carlo, dicho estudio no produce ninguna clase de reflexión, se utiliza como instrumento de un grupo partidista, o se considera un insulto a otro grupo. Cuando las mayorías se abstienen de votar en unas elecciones el fenómeno se atribuye a todo menos a errores de la clase dirigente. Cuando se revelan hechos sociales que se interpretan en detrimento de ella, su reacción es de defensa y de ataque. Este mismo artículo no pro-ducirá ninguna reflexión, ni ninguna autocrítica. Será objeto de conde¬nación por parte de la clase dirigente que continuará encerrada en su torre de marfil, cuyos miembros seguirán elogiándose mutuamente y ante quienes ningún censor se considerará suficientemente autorizado. El abismo entre esta clase y las mayorías populares se ahonda cada vez más y los sistemas de comunicación entre las dos se hacen cada día más precarios.
Las reformas que podrían evitar una revolución violenta no partirán de la iniciativa de la clase dominante si ésta no prevé males mayores en el futuro. Ahora bien, la capacidad de previsión está en relación directa con la capacidad de análisis y con la eficacia de la información que se haga sobre la probabilidad de advenimiento de estos males mayores. Nuestra clase dirigente parece carecer de una capacidad de análisis obje¬tivo. El sentimiento y la tradición orientan en general sus reacciones. Los medios de información funcionan de arriba hacia abajo, de la clase diri¬gen te a la clase popular pero no a la inversa, por carencia de medios de expresión y por diferencia de lenguaje. Estas circunstancias conducen a si¬tuaciones paradójicas. El grupo dirigente no entiende por qué los univer¬sitarios, lo más granado entre los estudiantes colombianos, no aceptan un diálogo racional. Los universitarios no entienden por qué se les aprueba cuando gritan y arrojan piedras contra Rojas Pinilla y por qué se les cen¬sura cuando lanzan huevos contra Carlos Lleras. El grupo dirigente no entiende por qué los universitarios se mezclan en política. Éstos no com¬prenden por qué los directivos apolíticos de la Universidad aceptan una conferencia política en los predios de ésta. Los estudiantes no compren¬den por qué se defendía la extraterritorialidad universitaria cuando los servidores de la dictadura mataban estudiantes dentro de la Ciudad Blan¬ca y ahora se apoya la entrada del ejército para que reprima a los que fueron considerados "defensores tradicionales de la democracia".La do¬ble moral que la clase dirigente quiere imponer al país se fundamenta en un desconocimiento de la capacidad de crítica que han adquirido la clase popular y los universitarios en cuanto son capaces de representarla. Sola¬mente una autocrítica valerosa y sincera de la clase dirigente permitirá establecer el contacto entre las dos clases. De que este contacto se resta¬blezca o desaparezca definitivamente dependerá la violencia o el acuerdo en que culminarán los próximos conflictos sociales en Colombia.