"Ese que va apresurado, con corbata cachaca pero corazón costeño, es Orlando Fals Borda y el que, enredado en la sotana, le sigue el paso, es el Padre Camilo Torres Restrepo; ambos son pilares centrales de esta Facultad", fue lo que me dijo el estudiante de segundo año que, desde mi ingreso al programa de Sociología, sólo dos semanas atrás, se había pegado a mis ideas, idas y venidas como una garrapata doctrinaria.
"Claro que ni el uno ni el otro son marxistas, como es la forma certera y correcta de pensar el mundo actual, pero rebeldes en sus iglesias, presbiteriano el primero y católico el segundo, en sus deseos, opciones y prácticas defienden la necesidad de una revolución", agregó, sin sacudirme el mutismo, mi persistente y tenaz mentor.
Mi mirada se había quedado pegada en el andar acelerado de ambos hasta que se los tragó el dintel de la sala de profesores.
Sobre Fals, me habían dicho durante esas dos semanas, que había sido el fundador de la Facultad de Sociología en 1959 y que era su figura académica nacional e internacionalmente más elevada.
Sobre Camilo, cura católico y sociólogo de Lovaina, yo ya había advertido que se trataba de una persona sobremanera querida y admirada. A mí, que provenía de un cerrado programa de filosofía tomista y escolástica, del que me habían excluido dizque "por cuestionar la incuestionable doctrina católica", me llamaba mucho la atención que en una Universidad "tirapiedra" y que, como decimos ahora, arrastraba la representación social de "atea", un sacerdote católico hubiese alcanzado niveles tan elevados de admiración.
A la semana siguiente, en la fiesta de recepción a los primíparos tuve la, para mi, feliz ocasión de conocerlos en persona. A Fals me lo presentó mi ya pegadilla líder. Todavía "brinca" en mi mano la "felicidad" del caluroso saludo que le di mientras departía con un grupo de estudiantes avanzados sobre unas complejas teorías sociológicas intelectualmente inasibles para mí, apenas un iniciado en las ciencias sociales. Más adelante supe que hablaban del 'estructural funcionalismo'.
De todas maneras, como emergiendo del cuarto de hora que estuve al lado de ellos en aquel presente pasado, todavía escucho en mi presente actual la única tesis que le agarré a la conversación: "vean muchachos" les reiteró en dos oportunidades Fals, sin olvidar el carácter universal de la ciencia, "lo más importante es lograr la ligazón ciencia-acción, análisis sociológico-acción política".
Con Camilo, en cambio, sí tuve la oportunidad de conversar al calor de unos aguardientes cuando se sentó durante media hora a la mesa donde yo compartía con compañeros de primer año sin que de ella faltase el estudiante que, porque sí o porque no, prefiguraba mi futuro ideológico.
De todo lo que dijo Camilo, como con una marca ardiente me fijó una idea: "el cristianismo, -dijo-, es amor y en una sociedad de pobres, explotados y oprimidos como ésta, el amor tiene que traducirse en solidaridad social y humana por los métodos que sean".
Para mí, todo aquello constituyó el más inesperado alumbramiento: en mi intimidad empezó a enrollarse el gusanillo de la más aguda, compleja y plurifrontal contradicción: sentía que no podía seguir siendo el filósofo tomista que había empezado a ser, empeñado en leer en latín la Summa teológica. ¿Entonces? O el cristianismo revolucionario de Camilo o la sociología comprometida de Fals Borda o el marxismo a la colombiana.
En las semanas siguientes no me perdí charla, conferencia o documento ya del uno ya del otro. De Fals me leí "El Campesino de los Andes" (1955) y "La Tierra en Boyacá" (1957) y devoré una copia de "La Violencia en Colombia" (1962) que había caído en mis manos.
Ingresé al "Frente Unido" que lideraba Camilo y, boina al pelo, por la séptima bogotana y por la zona obrera con otros nueve compañeros voceamos y vendimos "a peso" el periódico de la organización. Todavía guardo como reliquia los 13 números de "El Frente Unido "que se publicaron entre agosto y diciembre de 1965.
Tengo el testimonio sobre la manera cómo en todo el país- en los medios, los púlpitos , las escuelas, las familias y las plazas públicas- se asediaron y militarmente se sitiaron las ideas humanistas y cristianas de Camilo.
Fals y Camilo fueron personajes protagónicos y en permanente contradicción con la Colombia de la compleja y decisiva década de 1960. Una década de fracturas que signaron los procesos de tres importantes transiciones que en ella se desarrollaron.
En primer lugar, la transición de la violencia bipartidista a la violencia subversiva revolucionaria. Si continuamos con válidos miedos de cara a la categoría "cultura de la violencia", para no continuar profundizando el fenómeno de dispersión analítica parece útil y conveniente que ensayemos con la categoría analítica "subcultura de la violencia", pues esa década fue una prueba más sobre cómo históricamente en esta sociedad la apelación a la violencia ha estado casi irremediablemente atada al manejo del Estado, así como al ejercicio de los poderes institucionales y de la autoridad familiar.
En segundo lugar, la segunda transición importante fue la que se produjo en el régimen político con el inicio de la institucionalización de la exclusión política, así como con la génesis de una cultura política elevadamente valorizadora de esa forma de exclusión.
Y, en tercer lugar, en esta década, sobre todo a partir del gobierno de Lleras Restrepo (1966-70), el país entró en un proceso más vigoroso de modernización dependiente de su economía. Pero, se trató de un proceso sin modernidad en las ideas y que no implicaba, como intrínseco a él, un enfoque de desarrollo y de políticas sociales. Fue por eso por lo que, en adelante, la redistribución de lo producido en la economía, así como la ampliación de las oportunidades quedaron a merced de las distintas fracciones del capital, de la cúspide de la dirección bipartidista, así como de sus restringidas bases de apoyo y de reproducción.
Mas temprano que tarde, hacia finales de 1965, Camilo marchó hacia "el fusil" como método de acción política y como nueva forma total de vida. Algunos nos dolimos, pero otros, muy queridos también, se fueron con él.
En el grupo con el que participaba en el "Frente Unido" pensábamos que el camino era, más bien, el de contribuir a elevar los niveles de conciencia política y de organización de las masas hasta que éstas, agudizadas y sin salida las contradicciones del establecimiento, se insurreccionaran como sujetos políticos. Fue entonces cuando, un poco desilusionado, me marché hacia el sur de Latinoamérica y me matriculé en la Escuela de Ciencia política de la Universidad de Chile.
Fals Borda, por su parte, desde la academia continuó abriendo camino. En un paciente recorrido pasó por cuatro fases de evolución intelectual política cada una de ellas marcada por una rica producción intelectual, cada vez más asentada y enraizada en los grandes problemas de la sociedad.
En un primer momento, definió como punto de partida el de la necesaria imbricación entre el análisis sociológico y la acción política. En un segundo momento, ese postulado general fue asumiendo la forma de un método de investigación, para llevarlo luego, en una tercera fase, hasta su expresión más elevada en la teoría de la Investigación-Acción participativa.
A partir de 1990, sin que se evaporase el investigador, Fals, como ciudadano democrático, ingresó a la acción política directa. Ahí ha permanecido hasta la actualidad cuando es la figura intelectualmente cimera de un esbozo de partido de izquierda democrática que, de consolidarse, producirá un cambio histórico estructural en el régimen político colombiano.
Al iniciarse el 16 de febrero de 1966, en un frío amanecer santiaguino, sin razones aparentes, me desperté a las tres de la mañana. Mecánicamente encendí el radiecito de estudiante y, de sopetón, ésta fue la primera noticia: "Atención, Colombia, en un enfrentamiento con el ejército en Patio Cemento, Santander, murió ayer 15, el sacerdote Camilo Torres Restrepo".
Transcurridas cuatro décadas, todavía llevo atragantado el mar de lágrimas en el que me sumergí aquella glacial mañana del 16 de febrero.
Para Camilo, los tiempos de la guerrilla no fueron más allá de noventa días. De vivir como guerrillero, por otra parte, todavía estaría luchando por convertir su proyecto armado en revolución social. Lo válido y cierto es que, no obstante haber cumplido importantes funciones como informal e ilegal oposición real, en cuarenta años las guerrillas colombianas nunca han estado a las puertas de una posibilidad efectiva y viable de acceder al poder.
En los últimos años han sido muchas las personas que, prisioneras del imaginario colectivo que asocia izquierda a lucha armada, me han preguntado: "de no ser así, ¿qué es, entonces, ser de izquierda en el mundo actual? ".
He intentado variadas respuestas conceptuales en varios de mis Atisbos Analíticos. Sin embargo, a algunas les he dado una respuesta más histórico- existencial: "mirad, les he dicho, cómo piensa, analiza, vive y practica Fals Borda, eso quizá es ser de izquierda en la Colombia actual".
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[*] Humberto Vélez Ramírez, profesor del Programa de Estudios Políticos, IEP-Universidad del Valle; miembro de REDUNIPAZ, Red de Universidades por la Paz y la Convivencia; director de ECOPAIS, Fundación Estado*Comunidad*País, “Un nuevo Estado para una nueva Nación”. ATISBOS ANALÍTICOS N0 68, Cali, julio 2006.