ANIVERSARIO: 50 AÑOS DE SU MUERTE
Su legado intelectual, además de la tesis, consiste en los textos de sus ponencias para ciertos eventos, para algunos más a los que fue invitado en el exterior, varios artículos periodísticos, así como algunos editoriales de los 13 números del periódico de su movimiento, el Frente Unido, y poco más.
El papel y la obra de Camilo Torres como sociólogo quedaron algo opacados por el fuerte simbolismo y la estatura legendaria que adquirió como cura guerrillero a raíz de su muerte en las filas del eln. En verdad, la vocación de Camilo por la sociología fue muy temprana, casi simultánea a su vocación sacerdotal, y en su óptica eran formaciones del todo complementarias. Quiso ser sociólogo porque quería ser mejor cura. Y su origen social le posibilitó el acceso a muy buenas instituciones para dar curso a ambas vocaciones; aun antes de haber obtenido sus credenciales académicas tuvo la oportunidad de extenderse y argumentar sobre sus motivaciones, que, combinadas, resultaban tan singulares para nuestro medio por esos años que al ser publicadas por el periodista que lo entrevistó, le otorgaron una cierta celebridad. A tal punto que Las conversaciones con un sacerdote colombiano, publicadas primero en la prensa y luego como un folleto por Rafael Maldonado Piedrahíta, quien hizo la entrevista en 1956, atrajeron la atención hacia el joven sacerdote, que por entonces hacía su segundo año de Sociología en Lovaina, Bélgica.
Ya como egresado, y tras haber presentado su Mémoire de Licence –lo que llamaríamos su tesis de grado, sobre la “Realidad socio-económica de la ciudad de Bogotá” (publicada varios años después de su muerte)–, recién desempacado, se sumó a los esfuerzos de Orlando Fals Borda en la fundación de los estudios profesionales de Sociología en la Universidad Nacional, y a la vez se desempeñaba como capellán de la misma Universidad, cura de almas de la muchachada estudiantil en ese período convulso. Sorprende hoy comprobar el ímpetu fundacional, el despliegue de energía y los varios frentes de actividad en que se empeñó ese grupo de fundadores, pues no eludían ninguna de las oportunidades que se les presentaban para aplicar las enseñanzas que impartían en las aulas, para convertirlas en orientaciones prácticas: tanto Fals Borda como Camilo hicieron parte de la junta directiva del instituto a cargo de la Reforma Agraria, lo mismo que del ente que procuraba poner en marcha la Acción Comunal como modo de organización, además de sus labores corrientes y de la promoción y organización de eventos académicos, como el I Congreso Nacional de Sociología y el VII Congreso Latinoamericano de la misma disciplina.
Es comprensible entonces que la obra escrita por Camilo sea exigua (en contraste con la voluminosa obra de su amigo y colega Orlando Fals Borda, quien sí tuvo el tiempo y la disposición para producirla). Su legado intelectual, además de la tesis, consiste en los textos de sus ponencias para los eventos ya mencionados, para algunos más a los que fue invitado en el exterior, varios artículos periodísticos, así como algunos editoriales de los 13 números del periódico de su movimiento, el Frente Unido, y poco más. Y la vigencia de lo que escribió no está dada por el simbolismo de su figura (lo que sí se podría decir de sus encendidas proclamas, o de los “Mensajes” que les dirigió a los estudiantes, a los campesinos, a los sindicalistas, a las mujeres, a los desempleados, a la oligarquía, a los presos políticos, buscando apoyo para su causa): la vigencia de sus textos más reflexivos está dada por la relación que podamos establecer con las exigencias del momento, con las demandas de conocimiento que se hacían palpables, con la intuición que revelan. Y, pasado medio siglo de su desaparición, tal vez haya llegado el momento de su valoración ecuánime, desapasionada en el mejor sentido de la palabra.
Un ejemplo nítido es el de la cuestión que aborda su tesis: el proceso de urbanización, justo antes de que el Censo Nacional de Población de 1964 indicara que por primera vez la población urbana superaba a la rural, y cruzáramos así ese umbral de la modernidad. En tanto que un dirigente político visionario, perspicaz como pocos, el presidente del momento, Alberto Lleras, seguía percibiendo al país como campesino, según sus palabras “la gran masa de nuestro pueblo sigue formada por pastores labriegos y artesanos y el oficio predominante de nuestros compatriotas tiene que ver con los frutos de la tierra o el cuidado de los rebaños”, como aseveró en un tono casi bíblico al inaugurar la Radio Sutatenza. En cambio, ya en 1959, el joven graduando de Sociología, al examinar las estadísticas accesibles percibió la nueva tendencia, y así la registró en su tesis. Es más, lo que Camilo esbozaba como tesis para el posgrado que nunca llevó a cabo, y en complemento de su licenciatura, era el estudio de la asimilación a la urbe, de diez familias migrantes de origen típicamente rural.
También es muy intuitiva su compleja apreciación del período de la Violencia que acababa de transcurrir, y, a contrapelo de la que sus colegas, los autores del libro pionero La violencia en Colombia (1.ª edición, junio de 1962), habían formulado; mientras la de sus colegas es una visión retrospectiva, pues consideran que ha sido superada, Camilo avizora las nuevas violencias que se están gestando. Tan compleja es su visión en el ensayo que tituló La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas que, para muchos, ciertos pasajes de ese escrito preanuncian su decisión de abrazar la lucha armada.
Según testimonios de sus más cercanos alumnos, Camilo no era un buen profesor, no siempre tenía tiempo de preparar sus clases ni era un buen expositor, pero transmitía algo; sus exposiciones resultaban estimulantes por lo singular de su figura, que aunaba al cura y al sociólogo. Y por ello mismo contribuyó como pocos a fijar la imagen pública del sociólogo. Es decir, poseía lo que un sociólogo clásico concibió como carisma. Un aspecto de su enseñanza fue decisivo y marcó a quienes fueron sus alumnos: las salidas de campo, llevar a los estudiantes, por ejemplo, a lo que para entonces era el sur profundo de la ciudad: el barrio Tunjuelito. Un testigo de primera fila da cuenta de ello: tras haber tenido un contacto episódico con Camilo, Rafael Humberto Moreno, en la entrevista que le hizo el también escritor Juan Gabriel Vásquez, muestra cómo transmutó esa experiencia íntima en materia literaria:
“Curiosamente la presencia de Camilo Torres en 1965 ya le era familiar al futuro escritor, pues en 1959, cuando el sacerdote al frente de Muniproc [Movimiento Universitario de Promoción Comunal] desarrollaba sus labores, se hizo amigo de Tobías Moreno –su padre–, que por esas fechas fundaba una Sociedad de Mutuo Auxilio. En una fotografía de 1959, el niño Moreno Durán aparece al lado del futuro líder guerrillero. Y parte de eso aparecía en la novela que Moreno Durán terminaba en Barcelona a mediados de los setenta, diez años después de haber compartido el campus de la Nacional con sus personajes: no una novela en clave, sino una novela generacional”.