María Isabel Rueda logró poner fin a un misterio histórico de más de 40 años acerca del destino del cura guerrillero.
M.I.R.: Usted es un caso sui generis: es el único general retirado que mantiene una columna regular en un periódico…
A.V.T.: Sí, comencé a escribir Clepsidra, en El Tiempo, después de que salí del Ejército durante el gobierno de López Michelsen.
M.I.R.: Sobre su salida hubo dos versiones: que usted planeaba un golpe de Estado contra Alfonso López, y que el ministro de Guerra de entonces, Abraham Varón Valencia, se disgustó porque usted no apoyó unos cambios internos. ¿Cuál es la versión verdadera?
A.V.T.: Ninguna de las dos. Yo tenía una notoriedad muy grande en los medios por lo que había hecho en la Quinta Brigada y en la Escuela Militar. Esa notoriedad produjo celos de Varón y de Vega, que era el comandante general. Pero no además tenía muy buenas relaciones con los militares venezolanos, con quienes me reunía con frecuencia y resolvíamos los problemas fronterizos. Hubo algunas publicaciones que sin quererlo me enemistaron con el presidente López, quien un día me dijo muy seriamente: "A mí las relaciones exteriores de Colombia no me las maneja ningún general". Luego, con motivo de una condecoración que me dieron en Venezuela, me reuní con el presidente Carlos Andrés Pérez, y él me puso el tema del referendo. Me dijo que la solución debía ser "integracionista" y yo estuve de acuerdo. Eso a López le cayó muy mal. Él quería ya salir de mí. Se presentó la coyuntura de sacar al general Puyana de la Brigada de Institutos Militares en la que acababa de ser nombrado. Hablé con el Presidente y le critiqué los movimientos, porque no me parecía apropiada la época, pero me propuse facilitarle esos cambios, por lo que tampoco pudieron salir de mí. Entonces la camarilla que rodeaba a Varón, empezando por su señora, se inventó lo del golpe de Estado. La señora era la presidenta de acción social militar, que era un centro de intrigas para traslados, para cursos en el exterior, para todo. La versión la publicaron en el Occidente de Cali, a ocho columnas: "Golpe de Estado frustrado por el general Varón". Soy filosóficamente adverso a los militares en el poder. Ese fue un ruido de sables que me armaron. Preparé un comunicado desmintiendo el golpe, que el general Varón nunca quiso publicar. Esa noche llegué a mi casa como a las 11 de la noche, mi señora me dijo que habían llamado de parte del Presidente. Ya se habían ido mis escoltas y me fui manejando en mi carro particular a Palacio (imagínese, ¡el golpista!) y eso estaba lleno de periodistas. López me dijo: usted ha creado un problema y tiene una contradicción con el Ministro. Ponga en mis manos la comandancia del Ejército. Yo le dije que no podía darle gusto porque quedaría cohonestando la versión del golpe. No renuncié y me llamó a calificar servicios, con el argumento de que se había creado una fisura en la cúpula.
M.I.R.: Con usted se repasan más de 40 años de vida nacional, pero no tenemos tanto espacio. Quiero que nos centremos en la Quinta Brigada, cuando en un combate sus hombres dieron de baja al cura Camilo Torres, quien acababa de ingresar al ELN.
A.V.T.: Me tocó escribir un libro, El final de Camilo, para desvirtuar las versiones de la época, que decían que a Camilo lo habíamos aprehendido, torturado y asesinado. Que yo había traicionado mi amistad de toda la vida con Camilo.
M.I.R.: ¿Esa operación iba contra Camilo?
A.V.T.: Para nada. Con la operación, que se llamaba 'Dardo', pretendíamos ganarnos a los campesinos de Santander, y destruir al ELN que acababa de nacer. El 7 de enero de ese año había salido el manifiesto de Camilo Torres, Fabio Vásquez y Medina Morón, en el que se explicaba por qué Camilo se incorporaba a la guerrilla, para mi sorpresa absoluta.
M.I.R.: ¿Usted era realmente amigo de Camilo?
A.V.T.: Muy, muy amigo. Él hizo unos cursos muy interesantes cuando era director de la Esap y me invitó a que mandara oficiales al curso. Desde ahí comenzó nuestra amistad.
M.I.R.: ¿Usted cree que Camilo terminó en la guerrilla porque la Iglesia le cerró las puertas?
A.V.T.: Él cometió dos errores. Haberse metido de sacerdote, porque no tenía vocación, y después a la guerrilla, sin condiciones. Su ida a Lovaina, que era una universidad de izquierda muy avanzada, lo formó ideológicamente.
M.I.R.: ¿Es cierto que Camilo murió bajo uno de sus batallones?
A.V.T.: Sí, eso fue en Patiocemento, Santander. Hubo cinco bajas del ELN y muchos heridos entre mi brigada. Camilo estaba con Fabio Vásquez, y los dos saltaron a coger los fusiles de los caídos. Pero un sargento herido les hizo una ráfaga con el derecho. Vásquez, más entrenado en la guerrilla, se internó en la selva, pero dos balas mortales hirieron a Camilo. Nadie lo reconoció en ese momento.
M.I.R.: Se dice que al ELN le cabe una culpa muy grande por la muerte de Camilo, porque seis semanas después de su ingreso lo pusieron a combatir en primera línea, sin ningún entrenamiento…
A.V.T.: Él no había recibido entrenamiento. Se entrenó en el polígono, pero el guerrillero necesita aprender un espíritu de reacción como el que me permitió a mí tirarme al fondo del carro en el atentado que me hicieron después en Bogotá, en cuestión de segundos. Lo primero que aprende un guerrillero son las técnicas de combate, y esas Camilo no alcanzó a recibirlas. Un hombre enseñado a decir "no matarás" y que de la noche a la mañana va a matar...
M.I.R.: ¿Era tan buen mozo como dicen?
A.V.T.: Mucho. Muy alto, pero mal orador. Mucho mejor en su momento lo era Jaime Arenas, el mejor líder estudiantil que yo haya conocido.
M.I.R.: ¿Fue usted quien lo identificó cuando murió en combate?
A.V.T.: Sí, al cabo de dos días, cuando las condiciones del clima me permitieron desplazarme. Pero yo le había ya preguntado detalles al sargento. Me explicó por radio que era un hombre muy alto, con barba. Me dijo que en sus bolsillos le había encontrado cartas en otro idioma. Me asaltó por eso la corazonada de que podía ser Camilo. Le pedí que mirara si llevaba una pipa, y me dijo que sí. Le pregunté que si la pipa tenía una guarnición de plata en el centro, y me dijo que sí. Era la pipa de Camilo, y entendí que él era uno de los cuatro muertos, porque cuando yo hablaba en la Esap con él, fumaba su pipa.
M.I.R.: Cuando entendió que uno de los muertos era Camilo Torres, ¿qué sintió usted?
A.V.T.: Me dolió profundamente. Era ya atardecer, y me quedé viendo el panorama y pensando: Camilo, qué paradoja. Los dos identificados en el concepto de reivindicación de las clases marginadas, yo por las buenas y él por las malas, y me viene a buscar a donde yo soy comandante, para venir a caer bajo mis tropas.
M.I.R.: Cuando se supo que había caído Camilo Torres, ¿qué dijeron sus tropas?
A.V.T.: Fue un poco difícil con el Batallón Bogotá, al cual estaba inscrita la batería 120 de la Brigada. El Batallón Bogotá tenía la responsabilidad de esa jurisdicción, uno de cuyos batallones cayó en la emboscada. Los soldados campesinos comenzaron a sentirse responsables de la muerte de un cura y se les empezó a aparecer el fantasma de Camilo. Tuvimos que someterlos a un tratamiento sicológico muy especial, explicándoles que no se podía cambiar la hostia por el fusil.
M.I.R.: Se ha dicho que usted es el único colombiano que sabe dónde está enterrado Camilo Torres, y que nunca ha querido revelarlo. ¿Por qué?
A.V.T.: Cuando se hizo pública la muerte de Camilo, su hermano médico Fernando, que vivía en Minnesota, escribió una bella carta en El Espectador en la que decía textualmente: "El deber de los verdaderos amigos de Camilo es impedir que su imagen y la imagen de su muerte y su cadáver sean objeto de demostraciones vulgares y estentóreas promovidas por aquellos que sólo lo vieron en vida y lo consideran después de muerto un arma para crear el desorden y sacar provecho para sus propias ambiciones". Para mí ese fue un mensaje muy claro de lo que yo, como militar, que asumí íntegramente la responsabilidad de lo sucedido, debía hacer con el cuerpo de Camilo: enterrarlo en un lugar secreto donde pudiera tener el respeto, la quietud y la paz que merecía.
M.I.R.: ¿Ni siquiera su hermano supo?
A.V.T.: Yo no conocía a Fernando. Le escribí entonces a Minnesota, a través de El Espectador, diciéndole cómo me había lastimado la muerte de su hermano por la paradoja tremenda de que fue bajo mis tropas. Él me pidió algo que yo ya había hecho: que el cuerpo de su hermano estuviera sepultado en un lugar secreto y que fuera rescatable algún día.
M.I.R.: ¿Dónde lo sepultó?
A.V.T.: Lo sepulté inicialmente en el sitio del combate, en la selva, porque era la orden, pero separado de los demás guerrilleros. Mandé un topógrafo para que hiciera el plano. El croquis lo deposité en la caja de seguridad de la brigada. Volví después al lugar, para cerciorarme de que correspondía. La tumba había que localizarla con una brújula, y la única referencia era una ceiba.
M.I.R.: ¿Lo enterraron en un ataúd?
A.V.T.: No. Lo metí en unos sacos de polietileno, a él le hice poner cuatro. Cavamos un hueco, lo cubrimos con tierra y con hojas, al lado del río Cascajales.
M.I.R.: ¿Cuál era la referencia?
A.V.T.: 85 grados, norte sur.
M.I.R.: ¿Qué pasó entonces?
A.V.T.: Fui varias veces a revisar el sitio para ver que no hubieran construido encima. Existía ese riesgo, porque al lado había un camino.
M.I.R.: ¿Cuándo lo sacó de ahí?
A.V.T.: Después de tres años fui a exhumar el cadáver. Un médico anatomista de Ecopetrol confirmó que los restos pertenecían al mismo esqueleto -sin saber de quién era-, y los deposité en una urna funeraria. Lo sepulté en un lugar que nadie podía nunca imaginarse.
M.I.R.: ¿En dónde?
A.V.T.: He guardado ese secreto 41 años.
M.I.R.: ¿No ha llegado la hora de revelarlo?
A.V.T.: Fernando no quería. Le escribí y le dije que cuando quisiera podía venir a Colombia y que yo le entregaría los restos de su hermano.
M.I.R.: Pero durante esos años aumentó la leyenda: que había sido capturado vivo y asesinado por sus tropas, que había sido torturado, que su cadáver fue profanado, que usted lo había desaparecido…
A.V.T.: Y además el ELN me hizo un atentado muy grave, porque decía que había que ajusticiar al asesino de Camilo.
M.I.R.: Pero ya no tiene razones para guardar ese secreto. ¿Por qué no me lo cuenta? Ese es un detalle muy importante en la biografía de Camilo Torres que sólo usted puede entregar, porque el hermano murió el año pasado.
A.V.T.: Fernando nunca me autorizó.
M.I.R.: Pero le insisto en que ya no se justifica guardar ese secreto…
A.V.T.: Yo terminé manejando un secreto de Estado que nunca he querido romper. Detrás de esa noticia ha estado todo el mundo, dentro y fuera de Colombia, incluido El Tiempo, que me acogió como su columnista y es mi casa.
M.I.R.: Me comprometo a que usted no chivié a El Tiempo. No desperdiciemos esta entrevista: cumpla esa deuda con la historia…
A.V.T.: Déjeme pensarlo.
24 horas después...
A.V.T.: Bueno, vengo a contarle mi secreto.
M.I.R.: ¡General! Esta es una chiva mundial. ¿Por qué hay una foto en la que aparece el cráneo deformado, como si lo hubieran cogido a culatazos?
A.V.T.: Hubo dos fotos. La que publicó El Espectador la tomó el fotógrafo del DAS de Barrancabermeja, que además era reportero. Así funcionaba la inteligencia militar. ¿Cómo podía ser ambas cosas? Él le puso a propósito una sombra en un ojo que hacía aparecer el cuerpo de Camilo como si lo hubieran golpeado. Después hubo una segunda foto que ya se tomó cuando el levantamiento. Ahí ya había una desfiguración natural. Estaba muy delgado por las privaciones de la selva, tenía picaduras de insectos, pelo y barba muy largos.
M.I.R.: Ayer quedamos en que usted volvió a la selva tres años después, exhumó el cuerpo de Camilo, lo metió en una urna y lo enterró en un cementerio. ¿De qué color era la urna? ¿Quién la pagó?
A.V.T.: Era caoba, muy sencilla, la pagué yo.
M.I.R.: ¿Dónde la depositó?
A.V.T.: El mismo capitán que hizo el croquis dirigió la operación de rescate. Tres años de selva no habían dejado en su cuerpo la parte orgánica. Lo hice llevar a Barrancabermeja al Batallón Bogotá en helicóptero. Luego lo trasladé a Bucaramanga. Allá no existía un panteón militar. Yo me había dirigido a todas las empresas que patrocinaban las acciones cívicas y la erradicación de tugurios, y les informé que quería construir un mausoleo para enterrar a los soldados que caían en combate. Se inauguró con presencia del comandante del Ejército. Y aquí le revelo mi secreto: los primeros restos que se depositaron en ese panteón de la Quinta Brigada en el cementerio de Bucaramanga, fueron los de Camilo Torres.
M.I.R.: ¡Increíble! ¿Nadie le preguntó a quién había enterrado?
A.V.T.: Ahí no me preguntaban sino lo que me debían preguntar. Le hice unas exequias solemnes en la capilla del batallón. Lo traté como si fuera un combatiente nuestro. Deposité la urna en la fila alta, que era para osarios, en el primero a la derecha, marcado con el número uno. Sólo estábamos el capellán y yo, pero él nunca supo a quién estábamos enterrando. No se colocó lápida.
M.I.R.: ¿Quién más lo supo?
A.V.T.: Sólo lo sabía yo.
M.I.R.: ¡¿Camilo Torres enterrado con una ceremonia católica en un panteón militar, como un soldado de la República?!
A.V.T.: Ese ha sido el secreto que cuidé durante años. Hoy se lo estoy contando. ¡Y cuántas veces me pidieron que lo revelara!
M.I.R.: ¿Y nunca temió ser mal interpretado? Enterrar a Camilo Torres prácticamente con honores militares…
A.V.T.: No. Con honores militares no. Con dignidad sí. Es que mire, yo nunca combatí con odio en mi vida. No pude odiar al adversario, porque entendí que había unas razones que lanzaban al hombre a una aventura revolucionaria, y en mi condición de general demócrata de espíritu, corazón y cerebro, no podía odiar al adversario y nunca busqué que lo hicieran mis tropas. Ellos combatían por la patria, nunca por odio.
M.I.R.: ¿Usted le contó a su señora dónde estaba la tumba de Camilo?
A.V.T.: Ni siquiera a mi señora. Un secreto entre dos ya no es secreto. Yo tuve que asumir, porque así lo decidió el ministro Rebeiz Pizarro en esa época, la responsabilidad de los hechos. Quedé como el victimario de Camilo, y yo no tenía interés en compartir esa posición con nadie.
M.I.R.: ¿Cuánto tiempo duró con ese secreto?
A.V.T.: Hasta hoy. ¿Cuántos años? La muerte de él fue en febrero del 66. A hoy, son 41 años.
M.I.R.: ¿Y no le dio miedo morir con el secreto? El ELN casi lo mata en la calle 100 de Bogotá…
A.V.T.: Sí. Mi sucesor fue el general Luis Carlos Camacho Leyva. Yo tenía que hacer partícipe de ese secreto a alguien. Lo llamé, se lo conté y le dije: "En este momento sólo lo sabemos tú y yo. Si eso se conoce, fuiste tú". Él me juró que nunca lo revelaría, pero pactamos que el secreto se pasaría de comandante saliente a comandante entrante. Siendo Camacho Leyva ministro, le llegó una solicitud formal de entrega de los restos de Camilo. Él se negó, alegando que no sabía dónde estaban. Camacho Leyva no duró sino un año y lo reemplazó el general Rincón Quiñones, asesinado por el ELN. Pensé entonces que había que cambiar la fórmula para guardar el secreto. Me desentendí del comando de la Brigada y se me ocurrió valerme de un gran amigo de Bucaramanga. Sin decirle cuál era el secreto, le entregué un sobre lacrado y le dije que sólo yo o una persona autorizada de la familia Torres Restrepo podía abrirlo. Allí estaba el sitio exacto de la tumba de Camilo. Y en la Brigada deposité otro sobre lacrado con instrucciones de que sólo se podía abrir por orden mía o después de mi muerte.
M.I.R.: ¿En esta historia increíble no hay como un dejo de remordimiento suyo por su muerte bajo su batallón?
A.V.T.: Nunca. Desde cuando asumió la revolución, Camilo andaba en un desorden terrible. El Frente Unido, el periódico que él publicó, arrancó con 10.000 ejemplares, sin ninguna base logística para su distribución.
M.I.R.: Creo que hasta su mamá lo ayudaba a repartir en la calle…
A.V.T.: Imagínese. Repartiría 10 números, Entonces allá llegaban voceadores de prensa y se llevaban 20, 30, y nunca volvían. Los metían y se embolsaban la plata. En ese momento, Camilo me citó dos veces para hablar conmigo, y ninguna de las dos citas la cumplió. Su mamá fue invitada una vez a la Universidad Industrial de Santander, se discurseó, y me amenazó con pedir los restos de su hijo al comandante de la Brigada de entonces. Yo públicamente le dije: con el mayor gusto, que venga, pero sin manifestaciones. Yo ya tenía las instrucciones de las cartas de Fernando en las que me pedía que el cadáver de su hermano no fuera utilizado para ningún bochinche. Ella nunca fue.
M.I.R.: ¿Y en el panteón militar de Bucaramanga sigue enterrado Camilo?
A.V.T.: Espere y verá. Con Fernando Torres nos seguimos carteando. Nos conocimos en el año 72 en el aeropuerto Dulles de Washington. Me dijo que algún día regresaría a Colombia para recuperar los restos de su hermano.
M.I.R.: ¿Y efectivamente lo hizo?
A.V.T.: Poco después pasó por Bogotá con Truddy, su señora, a quien yo no conocía. Nos metimos los dos al estudio y le dije dónde estaba su hermano: en el mausoleo militar de Bucaramanga. Él me dijo que no quería llevárselo, que no podía estar enterrado en un mejor sitio, y que por él, lo dejaría allá. Después fuimos perdiendo el intercambio epistolar hasta que hace un poco más de cuatro años yo estaba recién operado y me llamó. Me dijo que estaría en Bogotá de paso para un simposio médico y me pidió que lo acompañara a sacar los restos. Él fue a mi casa y constató que no podía levantarme. Le dije que una persona lo recibiría en Bucaramanga y que lo llevaría al lugar donde estaba sepultado Camilo. Llamé a mi amigo y le dije que abriera el sobre lacrado e hiciera lo que allí indicaba.
M.I.R.: ¿Entonces, sacaron los restos?
A.V.T.: Sí. Yo quedé con él en que cuando volviera de Bucaramanga haríamos una pequeña acta en la que constara la entrega de los restos de Camilo. Pero él no alcanzó a volver a mi casa. Me llamó por teléfono y me dijo: he dispuesto de los restos de Camilo. Por la conversación que sostuvimos, me dio la impresión de que iba a cremarlo, y que iba a depositar sus restos en el mausoleo de la familia, en el Cementerio Central de Bogotá. Lo último que me reiteró es que no deseaba que los restos fueran a ser usados para fines políticos. "Para mí, mi hermano terminó en el sacerdocio. De ahí para acá yo nunca compartí que se hubiera metido en la guerrilla, pero tampoco quiero que utilicen sus restos para hacer una revolución". Fernando me dijo que ni en ese momento ni nunca iba a permitir que el cadáver de su hermano sirviera para agitar pasiones políticas. Él creía que cuando se supiera el lugar del entierro de su hermano, se iban a formar peregrinaciones políticas.
M.I.R.: ¿Lo que usted alega como una razón de Estado consistía en que temía que el cuerpo de Camilo fuera utilizado para desórdenes?
A.V.T.: Sí. Después de su muerte hubo toda clase de comunicados de movimientos que ni siquiera lo acompañaron en su periplo revolucionario. Todos agresivos. Las universidades, los sindicatos, hasta el Concejo de Bogotá. En el momento en que esto se conociera, se iba a prestar para desórdenes. Fíjese con Gaitán hoy día. Para mí el compromiso fue conservar los restos hasta que su familia dijera otra cosa.
M.I.R.: Cuando le entregó los restos de Camilo a su hermano, después de casi dos décadas, ¿sintió un alivio?
A.V.T.: Sentí el alivio de que yo ya no era el depositario de un secreto que no me correspondía. Todo lo debió haber resuelto el gobierno de la época. Pero cuando se me ordenó sepultar los muertos en el lugar del combate y que yo firmara el comunicado de su deceso, a pesar de que lo conducente era la orden de que el Ministerio produciría todos los comunicados de combate, yo entendí que la responsabilidad la debía asumir yo, y lo hice a mi manera. Primero ordené hacer la tumba de Camilo separada de los demás guerrilleros, luego lo exhumé, le hice una ceremonia católica y lo enterré en el mausoleo militar en Bucaramanga. Hasta ahora revelo mi secreto.
M.I.R.: ¿Qué pruebas tiene de que le entregó los restos de Camilo Torres a su hermano Fernando?
A.V.T.: Como él no tuvo tiempo de volver a mi casa para levantar un acta, sólo mi palabra.
M.I.R.: Increíble. Por primera vez podemos saber dónde estuvo Camilo Torres enterrado durante 37 años. ¿Pero no podemos concluir, en aras de la historia, en dónde está enterrado desde hace cuatro años?
A.V.T.: No.