Encrucijada de la Iglesia en America Latina

¿Fortaleza o debilidad de la Iglesia?

Es un dilema que le presenta a cualquier observador extraño a Latinoamérica y aún a los mismos latinoamericanos. Cuando pasamos en avión por encima de nuestras ciudades las vemos erizadas de cúpulas. Descendemos y vemos los interiores de los diferentes templos católicos en todas las guías turísticas del continente. En cada pueblo, en casi todas las aldeas vemos "los padrecitos" corno los llama la gente sencilla; "los curas" que se ven en la ciudad. El obispo, arzobispo o cardenal es, sin duda alguna, una de las primeras autoridades.

La experiencia del sacerdote que viaja por Latinoamérica también es significativa. Hay mucha diferencia en casi todos los ambientes. Entre obreros e intelectuales encuentra generalmente franca hostilidad. No hay términos medios.

Sin embargo, repasando la historia nos encontramos con cosas curiosas. En casi todos los países, durante el siglo XIX o comienzos del XX, ha habido confiscación de bienes de la Iglesia y legislación en contra de lo que la jerarquía estimaba que eran los intereses de la Institución. A un sacerdote le queda difícil enseñar en un colegio o en una Universidad del Estado. Creo que no hay país de América Latina donde no hayan quemado Iglesias ni hayan perseguido a los "curas". Cuando logramos hablar ínti¬mamente con los católicos latinoamericanos, aun con los más practicantes, en su mayoría nos dicen que son anticlericales, que les desagradan los sacerdotes.

¿ Qué pasa entonces, con la Iglesia Latinoamericana?


La Iglesia del rito y la Iglesia de la Fe.

En muchas ocasiones se ha dicho que nuestros católicos son fetichistas. Puede ser que existan muchas manifestaciones; lo que sí es evidente es que en la predicación y enseñanza de la moral cristiana con las exigen¬cias en materia sexual, en lo que más se insiste es en la observancia externa. Algunos insinúan maliciosamente que es lo que produce más dinero al sacerdote. Sin embargo, hay muchas prácticas externas, muy populares, no específicamente cristianas, quizás fetichistas, que no representan ningún lucro para éste. Con todo, los sacerdotes insisten en esas prácticas. Como herederos del catolicismo español hacemos énfasis en lo externo. Es lo más fácil y más masivo.

La evangelización española se inició y continuó en forma masiva. En plena época de contra-reforma se utilizaban los catecismos escolásticos, llenos de fórmulas incomprensibles, que se hacían aprender de memoria a los indios para poder cumplir rápidamente con el rito del bautismo y quedar con la conciencia de ser un buen "apóstol de Cristo".

La corona española era precavida. Conocía la influencia del clero e impidió que se formara clero indígena. En el momento de la Indepen¬dencia de España, América Latina había sido evangelizada en extensión. pero no en profundidad. Había mucho bautizado pero poca conciencia cristiana. Además, la escasez del clero, causada por la emigración de los sacerdotes españoles, agravé la situación. La Iglesia latinoamericana siguió siendo una Iglesia de rito externo y no de Fe cristiana. Todavía hoy se pregunta a obreros de las ciudades: "¿Quién es la Santísima Trinidad?" y casi siempre responden con firmeza: "La Madre de Nuestro Señor Jesucristo."


La Iglesia de la Caridad y la Iglesia de la Fe

Sin embargo, los latinoamericanos nos amamos. No siempre en forma racional ni constructiva. Con todo en nuestro pueblo hay amor, hay cooperación, hay hospitalidad, hay espíritu de servicio. Dentro de la clase alta es diferente. Con riesgo de generalizar gratuitamente se puede decir que aquellos que más alarde hacen de su Fe y de su clericalismo son los que menos aman a sus prójimos y que los que más sirven a sus hermanos son muchas veces, los que no practican el culto externo de la Iglesia. "No están todos los que son ni son todos los que están." La identificación como cristiano se hace en relación con la práctica del amor. Cuando habla de católico la gente se refiere a la práctica externa. La Iglesia aparece constituida por una mayoría de personas que practican y no conocen su FE y una minoría que conoce su FE pero no la practica sino externa¬mente. ¿Puede decirse que eso es cristiano? En aquellos que están de mala fe, de ninguna manera. En los que aman, aun cuando sean fetichistas, si están de buena FE, aun cuando crean que son ateos, sí es cristianismo. Ellos pertenecen al alma de la Iglesia y, si son bautizados, pertenecen también al cuerpo de ésta.

La situación aparece como totalmente anómala: Los que aman, no tienen Fe y los que tienen Fe, no aman -por lo menos en el sentido explícito de la Fe.


El testimonio de la caridad.

"El que ama, cumple con la Ley", dice San Pablo. "Ama y haz lo que quieras", dice San Agustín. La señal más segura de predestinación es el amor al prójimo.

San Juan nos dice: "Si alguien dice que ama a Dios, a quien no ve y no ama a su prójimo a quien ve, es un mentiroso."

Sin embargo, ese amor al prójimo tiene que ser eficaz. No seremos juzgados de acuerdo con nuestras buenas intenciones solamente, sino principalmente de acuerdo con nuestras acciones en favor de Cristo represen¬tado en cada uno de nuestros prójimos: "Tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber."

En las circunstancias actuales de América Latina, nosotros vemos que no se puede dar de comer, ni vestir, ni alojar a las mayorías. Los que detentan el poder constituyen esa minoría económica que domina al poder político, al poder cultural, al militar y, desgraciadamente también, al ecle¬siástico en los países en los que la Iglesia tiene bienes temporales.

Esa minoría no producirá decisiones en contra de sus intereses. Por eso las decisiones gubernamentales no se hacen en favor de las mayorías. Para darles de comer, beber, vestir, se necesitan decisiones básicas que sólo pueden proceder del gobierno. Las soluciones técnicas las tenemos o las podemos obtener. Pero ¿quién decide su aplicación? ¿La minoría en contra de sus propios intereses? Es un absurdo sociológico que un grupo actúe contra sus propios intereses.

Se debe propiciar, entonces, la toma del poder por parte de las mayorías, para que realicen las reformas estructurales económicas, sociales, políticas en favor de esas mismas mayorías. Esto se llama revolución y, si es nece¬sario para realizar cl amor al prójimo, para un cristiano es necesario ser revolucionario.

¡Qué difícil es que entiendan esto los que se reconocen como católicos! ¡ Qué fácil es entender esa actitud si consideramos las anteriores reflexiones sobre la Iglesia!

Los cristianos, los católicos parecen estoicos espectadores del derrumbe de un mundo que les parece ajeno. No se comprometen en la lucha. Creen que en las palabras "mi reino no es de este mundo", "mundo" tiene la significación de "vida presente" y no de "vida pecaminosa" como lo es en realidad. Olvidan la oración de Cristo al Padre: "No te pido que los saques del mundo sino que los preserves del mal." Muchas veces nos salimos del mundo y no nos preservamos del mal.

En la medida en que la comunidad se ama, el sacerdote ofrece más auténticamente el sacrificio eucarístico. Éste no es un ofrecimiento indi¬vidual sino colectivo. Si no hay amor entre los que ofrecen, no debe haber ofrecimiento a Dios.

De ahí que si los laicos no se comprometen en la lucha por el bienestar de sus hermanos, el sacerdocio tiende a volverse ritual, individual, super¬ficial. El sacerdote tiene la obligación de suplir a los laicos en sus com¬promisos temporales, si esto se lo exige el amor al prójimo.

Cuando este amor parece que ha dejado de considerarse como patrimo¬nio de la Iglesia, es necesario dar un testimonio contundente de que la comunidad de la Iglesia comunitaria consiste en la caridad.

Desgraciadamente el testimonio de los laicos aún no se identifica ante la opinión, con el testimonio de la Iglesia. El sacerdote, en este caso, debe dar el testimonio, mientras se educa la opinión pública y se le muestra que el testimonio de todo bautizado es testimonio de la Iglesia.

Ver a un sacerdote mezclado en luchas políticas y abandonando el ejercicio externo de su sacerdocio es algo que repugna a nuestra men¬talidad tradicional. Sin embargo, pensemos detenidamente que pueden existir razones de amor al prójimo y de testimonio que son sacerdotales y que impulsan a este compromiso para cumplir con la propia conciencia y. por lo tanto, con Dios.

Cuando los cristianos vivan fundamentalmente para el amor y para hacer que otros amen, cuando la fe sea una fe inspirada en la VIDA y especialmente en la VIDA DE DIOS, de Jesús y de la Iglesia, cuando el rito externo sea la verdadera expresión del amor dentro de la comunidad cristiana, podremos decir que la IGLESIA ES FUERTE, sin poder económico sin poder político, pero con CARIDAD.

Si el compromiso temporal de un sacerdote en luchas políticas con¬tribuye a eso, parece que su sacrificio puede justificarse.

Cancionero